Qué fastidio! Qué grieta tremenda! Las canciones nuevas, con
ese ímpetu juvenil desbocado, vienen a torear a las señoras canciones. Esas que
sobrevivieron años, versiones, incluso bandas distintas, ciudades distintas.
Las señoriales canciones con pedigrí, que se pavonean impresas en un disco, y
son megusteadas en redes sociales y reproducidas en aplicaciones de streaming,
no pueden creer que estas niñas recién concebidas, borroneadas en el reverso de
una factura del cable, o apenas dictadas al Word, les presenten batalla en la
sala de ensayo, provenientes de un paupérrimo mp3 con batería programada y un
track de voz y guitarra criolla.
Pero acá están, para empujar los deseos, elevar la vara,
redefinir el concepto, crecer, crear, recrear. Acá vienen, resignificando el
pasado, repitiendo taras, aportando el alimento tan necesario para que tocar
las viejitas no sea un aburrimiento infernal; por lo contrario, se embelesan
unas con las otras, conversan un diálogo secreto, se pasan acordes, riffs, ideas
abandonadas en alguna otra sala de otro mundo que ya casi no existe.
Como en cada ítem de la vida, lo que fue convive con lo que
viene, y arman el presente, que se desliza a un ritmo tan delicado que no
llegamos a sentirlo tan claramente. Renovamos todas las células cada 6 o 7
años, dicen. Y el repertorio no sé, no es ciencia, es amor.
Jose